jueves, agosto 31, 2006

Carta de Ernesto Sábato a Emilio Fatuzzo...


El “sálvese quien pueda” no solo es inmoral, sino que tampoco alcanza. Es ésta una hora decisiva. Sobre nuestra generación pesa el destino, y es ésta nuestra oportunidad histórica. Y no nos referimos solo a nuestro país, el mundo entero nos reclama, reclama ser expresado para que el martirio de algunos no se pierda en el tumulto y en el caos sino que pueda alcanzar el corazón de otros hombres, para repararlos y salvarlos. Creemos profundamente que otro mundo más humano, más justo, más fraternal es posible; sin esta convicción nos entregaríamos a salvaciones individuales, algo aberrante y además inútil, dado que estamos viviendo una crisis que nos afecta a todos como humanidad. Para poder luchar, aunque no veamos el horizonte, hay que creer en él. Esta transformación comienza enfocando la linterna hacia nuestro interior. No podemos hundirnos en la depresión y tirarnos en la cama, porque es de alguna manera, un lujo que no pueden darse los padres de los chiquitos que se mueren de hambre. Y no sirve encerrarnos cada vez más en nuestros hogares, tenemos que abrirnos al mundo. Defender la vida. Nuestro fin es promover el bien común del mundo entero. Una revolución sin armas, sin muertes, sin bandos ni de un lado ni del otro, todos juntos por un mismo objetivo. Son muchos los motivos para descreer de todo, sin embargo, siguen siendo muchos los que en medio de la tempestad continúan luchando, ofreciendo su tiempo y hasta su propia vida por el otro. En las calles, en las cárceles, en las villas miserias, en los hospitales combaten por valores que se consideran ya perdidos. Una salida posible es una rebelión de brazos caídos que derrumbe este modo de vivir que tan mal nos hace. Proponemos entonces que nos abracemos en un compromiso: Salgamos a los espacios abiertos, arriesguémonos por el otro. Algo por lo que todavía vale la pena vivir, sufrir y morir, una comunión entre hombres. Como dijo William Shakespeare: “Sé fiel a tu propio ser, y la verdad resplandecerá de tal maneta que a nadie traicionarás.”

Ernesto Sábato, Santos Lugares, 2003.